UNA MADRE ES SAGRADA
Un alumno me preguntó un día para qué servía la imaginación. Le había puesto como tarea realizar un cuento y les había pedido que utilizaran su imaginación. Uno de ellos se resistía, para qué sirve la imaginación gritó despectivamente en medio de la clase. La imaginación puede salvarte la vida algún día, respondí. Y para que viesen que no inventaba nada nuevo no tuve más remedio que contarle mi historia.
No recuerdo bien por qué, sólo sé que ese día estaba triste. Llovía y me sentía menos que un gusano, menos que una piedra en el camino, menos que nadie. Aún así, llovía sobre mí. Me encontraba en una ciudad desconocida, no tenía amigos ni a nadie a quién acudir. Esa tarde anduve por las calles de la ciudad más sola que la luna, más triste aún que mi propia sombra triste.
Entonces oí una voz, eran unos muchachos que me llamaban. Oye, te estás mojando me dijeron, quieres subir. Sonreí mientras me acercaba al coche, parecían simpáticos. Quieres entrar y resguardarte, preguntaron. Entré, no tenía nada que hacer, y parecían agradables. Me ofrecieron un cigarrillo y charlamos animadamente dentro del coche. Comencé a sentirme mejor. Al poco, uno de ellos me preguntó si quería venir a una fiesta con ellos. Por qué no. Hacía mucho tiempo que no iba a una fiesta.
El muchacho que me había invitado arrancó el motor y comenzó a conducir atravesando la ciudad. De pronto, algo cambió. Algo extraño estaba pasando y no supe qué nombre darle. Los chicos ya no hablaban como si tramasen algo oscuro y sucio. Entendí de golpe que no iba a llegar a ninguna fiesta y comencé a tener miedo y me puse a hablar sin tino, quizás para demostrarles que no tenía miedo.
Pensé que todo se acababa cuando detuvieron el coche en un descampado. No había nadie. Entonces empecé a llorar porque mi madre había muerto ese mismo día. No sé cómo se me ocurrió aquella terrible historia. Los muchachos me oyeron asombrados. Luego empezaron a discutir. Uno de ellos decía que no podían hacerme aquello el mismo día que mi madre había muerto. Yo no paraba de gimotear por mi madre muerta mientras, entre ellos cada vez más airadamente.
Finalmente el conductor viendo que no podía convencer a su amigo en un gesto de rabia arrancó el coche violentamente y me llevó de vuelta a la ciudad. Sabe dios de qué buena me había librado.
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